Scopum Coaching · Alfonso Rodríguez, Sesiones de Coaching empresarial, deportivo y crecimiento personal
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Scopum Coaching · Alfonso Rodríguez, Sesiones de Coaching empresarial, deportivo y crecimiento personal

Ya estamos otra vez con las dichosas zonas de confort. Otro texto sobre cómo afrontarlas y cómo salir de ellas. Bueno no sé si esto será algo diferente a algo que hayas leído antes, pero el principal objetivo es conocer y entender cómo funciona nuestro interior un poquito mejor. Va a servir para familiarizarnos con las comodidades e incomodidades de nuestro cerebro, nada más. ¡¡Pues vamos a ello!!

Las zonas de confort son una respuesta adaptativa normal para mantener la paz interior. Todos lo hacemos, es humano. El cerebro más antiguo (sistema límbico) odia los cambios. Le encanta quedarse donde está y disfrutar de lo que ha hecho siempre. Y en cuanto le proponemos realizar algo diferente y novedoso, desconfía. Desconfía y mucho, y lo rechaza.

Esta parte más primitiva es la encargada de la supervivencia y enciende una señal de alerta cada vez que huele peligro. Reacciona y nos convence de que es mejor quedarnos donde estamos (a no ser que estemos ante un tigre de bengala, que salimos corriendo). Esto es lo que sucede en aquellas situaciones en las que nos proponemos salir de las rutinas habituales.

La razón subyacente es el peligro. El cerebro más instintivo interpreta los cambios como algo peligroso y pone en funcionamiento su arsenal más poderoso, los neurotransmisores. La cuestión es si debemos permitir que la parte más “rudimentaria” tome el control del comportamiento. El cerebro más joven (la corteza pre-frontal) tiene muchas razones para interpretar esos cambios como beneficiosos y para aceptarlos de forma natural.

Permanecer en algunas zonas de confort evita que mostremos algunos defectos, y pensar en que salgan a la luz nos llena de miedo. También tenemos la capacidad de fabricar esas zonas de confort de forma ilimitada. Las generamos para evitar sentirnos avergonzados, humillados e incompetentes. O por lo menos eso es lo que la parte más antigua interpreta equivocadamente aferrándose al inmovilismo. Miedo a:

  • “Que los demás descubran que desconozco por qué las mareas suben y bajan”
  • “Reconocer que se me dan mal las “chapucillas” de casa”
  • “Airear que me levanto a las doce de la mañana siempre que tengo ocasión”

Una zona de confort es simplemente una verja psicológica a nuestro alrededor para protegernos de algo de lo que nos sentimos vulnerables. Permanecer dentro de la verja nos da sensación de seguridad y comodidad.

En realidad, son totalmente imaginarias. Son como una escayola emocional para una pierna que no está rota. La parte moderna lo sabe, pero es lenta y torpe. Aunque utilice la lógica y la razón, no puede impedir que el cerebro primitivo tome el control.

Pero no todo acaba ahí. La principal razón por la que las zonas de confort parecen tan difíciles de romper es porque pueden contar con el apoyo de cualquiera de los dos cerebros. Tanto el primitivo como el moderno pueden aferrarse a permanecer dentro de esa burbuja de seguridad y convencernos durante días, meses o años que lo mejor para protegernos de los cambios es permanecer inamovibles.

En definitiva, ¿Nos compensa vivir con un “piloto automático mental”? ¿Nos conduce esto hacia la autocomplacencia? ¿Alimenta la resistencia mental y nos priva de nuevas experiencias?

Pero no vamos a ser excesivamente pesimistas. Las zonas de confort también tienen aspectos positivos. De hecho, muchas son útiles y beneficiosas. Nos mantienen dentro de círculos saludables de rutinas que contribuyen a cierta constancia en el comportamiento. También mantienen nuestra vulnerabilidad de forma privada y por muy buenas razones.

Algunos de estos espacios personales son bastante triviales. Pueden ser individuales o compartidos. Por ejemplo, sentarnos siempre en el mismo sitio de la mesa para comer o ducharnos siempre a la misma hora del día.

Otras son divertidas y forman parte de nuestro comportamiento habitual, y hasta pueden ser la manifestación de ciertos rasgos de la personalidad. Por ejemplo, tomar siempre el café en la misma taza, o tener que contar algún chiste malo en las reuniones con familia y/o amigos porque creemos que lo esperan de nosotros.

También existen otras tolerables pero realmente frustrantes, algunas algo irritantes y definitivamente las realmente siniestras que mantenemos muy en el fondo de nuestro ser.

Y tú, ¿eres capaz de identificar alguna de las tuyas?

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