Las lesiones suelen acompañar a los y las deportistas durante sus trayectorias. Puede darse el caso de una lesión “limpia” en la que el diagnóstico, tratamiento y proceso de rehabilitación se conoce con cierta celeridad. Aquellas, en definitiva, que sabemos su comienzo y su final con alguna precisión. Por otro lado tenemos las dolencias que, desafortunadamente, no tenemos fecha de curación total o fecha final de rehabilitación, las llamadas “crónicas”. Por supuesto existen otras muchas aristas y surgen multitud de interpretaciones individuales que cada deportista realiza al enfrentarse a este mal trago. A continuación, profundizamos en algunas ideas o creencias que los protagonistas pueden experimentar:
- “Seguro que no es tan grave como parece, podré seguir practicando mi deporte de alguna manera”
Este es un pensamiento muy habitual en un primer momento. Atravesamos la fase en la que nos negamos a aceptar la dolencia y su posible alcance, y rechazamos que puede incapacitarnos para la práctica de nuestro deporte, al menos durante algún tiempo.
Lesionarse es una faena para que nos vamos a engañar. En una fracción de segundo el presente y futuro más cercano cambia de golpe. Cortamos en seco planes y rutinas, y los hábitos cotidianos cambian radicalmente de la noche a la mañana. Para superar esta fase de “negación”, dejamos brotar las emociones, expulsamos todo lo que tenemos en nuestro interior y buscamos ese interlocutor de confianza que sabemos nos va a entender y comprender sin juzgarnos ni “aleccionarnos”.
- “¿Por qué yo?, no puedo creer que me esté pasando esto a mí”
Como decimos, es probable que surjan episodios emocionales intensos de frustración o indignación sobre lo injusto de lo que estamos viviendo. El momento de producirse la lesión está todavía cercano y las reacciones de rabia son comprensibles. Las dejamos manifestarse. Nuestro cerebro más primitivo en su valoración primaria necesita expulsar todo ese caudal emocional interior, al no entender por qué todo el trabajo realizado tiene como consecuencia un “parón en seco”. Esta parte más antiguo de nuestro cerebro se alimenta de ideas como: posibles daños irreparables, perjuicios, lo que nos perderemos o secuelas físicas.
- ”Si hago un poco más de lo que me recomienda el médico, estaré de vuelta antes”
Este cerebro primitivo vuelve a tomar el control y trata de fortalecer nuestro ánimo pero sin muchas evidencias. Necesita segregar dopamina y autoconvencerse para motivarse de que algo bueno está por llegar a muy corto plazo para saciar su hambre. En esos momentos y tras una dura batalla, la lógica y la razón logran reajustar plazos y objetivos, adaptarse al proceso de rehabilitación y valorar cualquier mejora por pequeña que sea con objetivos a cortísimo plazo.
- “¿Volveré a competir como antes?”
- “¿Llegaré a ser el mismo deportista?”
- “Ya nada volverá a ser igual”
Existe la posibilidad que aparezca la tristeza como consecuencia de la incertidumbre. Y puede que la tristeza se convierta en crónica. No dejaremos que esto ocurra. Es imprescindible apoyarnos en nuestro núcleo de confianza y personas cercanas. Si no nos apetece hablar, vamos a volcar los pensamientos por escrito. También es importante ampliar los conocimientos sobre la lesión, su evolución y el proceso de rehabilitación. Somos conscientes de lo que está en nuestra mano para acelerarlo y hacer así crecer la motivación para evitar la indefensión aprendida. Además, investigamos sobre ejemplos concretos de protagonistas con dolencias similares y como lo gestionaron forma exitosa. La recuperación es algo “no lineal” y con altibajos, y estos conceptos deben formar parte de los razonamientos y la forma de sacar conclusiones.
- “Debo aceptar mi nueva compañera de viaje”
- “Sé lo que tengo que hacer para recuperarme”
- “Voy a intentar recuperarme cuanto antes”
- “Estoy motivado con seguir el plan de recuperación”
- “Tengo varios objetivos que cumplir durante la rehabilitación”
Ahora ya aceptamos la dolencia y la incorporamos como una parte más de nuestra rutina. Los diferentes “micro-objetivos” diarios son un arma muy valiosa (por ejemplo: avanzar dos grados de movilidad en la articulación dañada). Entrenar las zonas no lesionadas también contribuye enormemente a mantener vivos ciertos hábitos de nuestra “vida anterior”. Además, participaremos en las decisiones de la rehabilitación en la medida de lo posible para fortalecer la autoconfianza y sensación de competencia. Por último, es crucial realizar ejercicios de visualización durante la inactividad para mantener las conexiones neuro-musculares activas y evitar que se oxiden.